La cantante viene de terminar su 11ª gira por Europa. Allí mostró Coplas de sangre, su último disco. “Cada vez que me paro en un escenario de otro país es toda una responsabilidad, porque pasás a ser un país, una cultura, y eso tiene su peso”, señala.
Carrizo ha cantado, entre otros, con Lila Downs, Cecilia Todd, Dulce Pontes y León Gieco, entre otros.
Por Cristian Vitale
Nació en Angastaco, pueblito pintoresco de los valles calchaquíes, cuando vivían allí no más de quinientos habitantes. De chica, solía ayudar a parar la olla en casa cantando coplas para los turistas que llegaban a San Carlos –una especie de cabecera de la región– para visitar la hermosa cascada de Celia, la finca el Carmen o enharinarse en los carnavales vallistos. Hoy, no muchos años después –pocos más de treinta, apenas– Mariana Carrizo va por su undécimo viaje a Europa, haciendo más o menos lo mismo que aquella niña atrevida, de sonrisa ancha y trenzas por debajo de la cintura. “A veces se torna un poco difícil porque el canto de la copla tiene muchas palabras regionales y según el país donde la cantes, una palabra lleva un significado distinto. Hay que estudiar un poco, mínimo el ‘lunfardo’ de cada lugar. Pero también es cierto que el contenido de ellas es universal. Una copla que habla de la suegra, por ejemplo, cabe en el molde mundial por más que tenga palabras distintas y que tu suegra sea del medio del monte o de la ciudad más grande del mundo”, cuenta ella, acerca de cómo ir del pago al mundo, y de sus pícaras coplas antisuegra. “Cantar una copla en Europa también es algo especial, ya que allá la palabra tiene una presencia y una consideración alta. La poesía está presente en la cotidianeidad, sobre todo en los pueblos, y además porque vino de aquellos horizontes y está en la mayoría de sus obras musicales”, profundiza.
La memoria está fresca porque la coplera acaba de llegar de su undécima gira transatlántica que, en este caso, fue para mostrar Coplas de sangre, su último disco, en varias ciudades de España. Duró quince días y cantó en Burgos, Valencia, Almería, Barcelona y Madrid. En Burgos lo hizo como invitada de la cantante portuguesa Dulce Pontes. “Cantar con ella es una caricia al alma, es como una sirena”, describe Carrizo, “Nos conocimos en Cosquin, cuando Dulce vino al festival. Nos presentó Juan Cambas, el pianista argentino. Luego me invitó a cantar varias veces y hoy tenemos un vínculo estrecho, que se refleja en el escenario cuando se juntan nuestros pájaros del canto… ella es mar, yo soy montaña, y juntas, unas comadres con fuerza, además de la suma de las cualidades del ‘ser mujer’”, evoca. En Valencia, la acompañaron un pianista salteño radicado allí (Fernando Herrera) y el guitarrista mendocino Miguel Guajardo. En Almería, participó de la presentación del último libro del poeta granadino Antonio Carbonell. En Barcelona, cantó piezas de Yupanqui, Falú y Dávalos, acompañada por el guitarrista de jazz Diego López, y coincidió con Corrandes son corrandes, grupo de improvisadores catalanes, volcados a los cantos mallorquines de zambomba, las letrillas de Folgueroles (ciudad de Cataluña) y las canciones de pandero. “¡Era para estar cantando por lo menos tres días sin parar!”, se entusiasma Carrizo, en pleno trance de memoria corta. “Y el concierto de cierre fue en Madrid, nuevamente con el pianista Fernando Herrera con quien nos divertimos haciendo nuestra música fuera de esquemas, y también celebrando las tradicionales. Esta gira ha sido como otras, pero cada año el vínculo se torna como el vino cuando se va añejando”, asegura la coplera, que también ha cantado con Lila Downs, Cecilia Todd, León Gieco y Dino Saluzzi, entre otros.
–Es todo un récord que haya cruzado el Atlántico once veces para cantar sus coplas. ¿Cómo podría sintetizar todos estos viajes?
–Pisé por primera vez España hace quince años. Me había convocado Pepe Criado, poeta, escritor, musicólogo, investigador de la literatura oral y popular del mundo, y en ese tiempo, productor. El me llevó a un festival internacional de poesía improvisada y música de raíz, junto a otros artistas de Africa, Colombia, Italia, Uruguay y Brasil. Desde entonces se fue haciendo una sendita y ya tengo una parte de mi alma en aquellas tierras y personas, sobre todo en el pueblo que habla y canta la vida a través del trovo, o el flamenco. Cada vez que me paro en un escenario de otro país es toda una responsabilidad, porque pasás a ser un país, una cultura, un pueblo y eso tiene su peso, pero me salva el arte que llevo, porque dentro de su poesía y su música está todo eso y mucho más. Cuando canto una copla con la ropita de nuestro pueblo la conmoción es muy fuerte, porque en ese canto se manifiesta el pueblo ancestral, las almas viejas, de aquí y de allá.
–¿Alguna secuencia complicada?
–Bueno, sí. Hay una graciosa pero no grata que es cuando me retuvieron en el aeropuerto de Barajas por portación de cara, trenzas, caja y muña-muña (risas). Estuve cinco horas hasta que me investigaron y recién ahí me dieron luz verde. Una de las dolorosas fue cuando entré por equivocación en un castillo al norte de España. Intentaba ir a un lugar y entré a buscar una indicación por una puerta abierta que en cuanto entré se cerró. Allí quedé, luego seguí a un grupo de turistas que hacía un recorrido por dentro del castillo. La guía relataba con orgullo, como un cuento de hadas, cómo el rey trataba a los esclavos, dónde comían, etc, y contaba en qué lugar del mar el rey no se bañaba porque esa parte el agua estaba contaminada por los indios que traían de América. Me dolieron los huesos, las tripas, salí llorando… el eurocentrismo no ha perdido vigencia, aún.
La cantora de Angastaco, que lleva sangre indígena, tiene previsto reunir toda esta experiencia en un libro que proyecta publicar a principio del 2018. También piensa recorrer, durante el verano, grandes festivales y pequeños encuentros en Bolivia, Catamarca, Cafayate, Cosquín, San Luis y Neuquén. Eso sí, todo antes de carnaval. “El carnaval es un tiempo de impasse para mí, porque es una fiesta sagrada. En ese tiempo no trabajo, solo voy donde haya copleadas, carpas, señaladas, reuniones en casas de familias, de ‘pueblo’ hasta que la albahaca se marchite, sin más brújula que el torrente de la copla. Y, como dice la canción, sea tiempo de volver”. Otra de sus aspiraciones para el año que entra es editar el sucesor de Coplas de sangre. “Es un disco complejo”, admite. “Hace como tres años que debí haberlo terminado, pero mi obsesión me ha atrapado en los laberintos de las voces que me susurran en las horas de sacar algo en limpio. Algo como dar un mensaje desde esta selva que a veces se torna como el mismo Chaco (salteño): difícil. Pero desde esos rincones estoy volviendo con un ramillete de flores en las manos; distintos colores, sonidos, miradas, paraísos de otras culturas en un solo pájaro, la copla que me ha atravesado desde antes que llegué a este mundo”.
Fuente: Pagina 12