Por Luis Bruschtein
Estados Unidos tiene capacidad nuclear para destruir dos veces y media al planeta. Rusia solamente una vez y media. Pero con eso basta. La guerra nuclear es un despropósito. Pero el lanzamiento de la bomba madre de todas las bombas, la más potente de las no atómicas, significa que está abierta la posibilidad de las otras guerras de tipo no nuclear en un momento de crisis en Estados Unidos y de reestructuración del poder ruso tras la caída de la URSS y la expansión del poder comercial chino. La globalización liberal generó un mundo unipolar cuyo hegemón entró en crisis y en ese proceso, ha profundizado como nunca brechas entre ricos y pobres y entre países ricos y países pobres, y ha generado guerras por el control de las riquezas naturales de los países pobres y multitudinarias olas migratorias que huyen de las guerras y la pobreza desde los países pobres hacia los países ricos. El caos mundial, las guerras, las masas migratorias incontenibles y desequilibrantes y el crecimiento de corrientes nacional chauvinistas en los países centrales que producen efectos como el Brexit, representan el tremendo fracaso de la globalización neoliberal.
La OTAN desplegó un escudo antimisiles en Europa supuestamente para resguardarse de ataques de Irán y Corea del Norte. Rusia alegó que ese escudo se podía transformar en pocos minutos en un lanzador de misiles nucleares, e instaló a su vez una base de misiles nucleares de largo alcance en Kaliningrado. Europa desestabilizó a un presidente neutral en Ucrania y favoreció la instalación de un presidente prooccidental y así inició la guerra separatista en Ucrania. Crimea y Sebastopol se reintegraron a Rusia y la guerra civil se asentó en Donetsk y Lugansk. La OTAN, muy presionada por Alemania, decidió entonces romper los acuerdos posteriores a la caída de la URSS y asentó tropas en los países bálticos y en Polonia, fronterizos a Rusia y Bielorusia. Son 4000 efectivos respaldados por artillería y fuerza aérea. Es una fuerza casi simbólica, pero rompe los acuerdos, porque en su mayoría son fuerzas norteamericanas, no europeas. En esa escalada, Rusia desplegó más de cien mil hombres en esa frontera. Como nunca desde el final de la Guerra Fría, Rusia y Europa se muestran los dientes y despliegan fuerzas letales que llevan mensajes de guerra.
En Siria, las fuerzas proocidentales ya habían sido derrotadas cuando fueron desalojadas de Aleppo. Y con esa derrota habían perdido toda la fuerza para la mesa de negociación. Negociar mientras tenía el control de Aleppo era una cosa. Cuando la perdieron, sellaron su destino. El gobierno sirio no tenía ninguna necesidad de usar armas químicas contra un enemigo que ya había derrotado. En ese marco, la denuncia de Occidente, tras la derrota militar de sus fuerzas en el escenario bélico, resulta por lo menos sospechosa, igual que el bombardeo con misiles Tomahawk en el primer ataque directo de Estados Unidos a una base de la fuerza aérea siria. Rusia, aliada con Irán en ese escenario, rechazó las denuncias y responsabilizó a los insurgentes por las armas químicas. Entonces el secretario de Estado, Rex Tillerson, la acusó de complicidad, en un punto de tensión máxima, un día antes de llegar a Moscú, donde fue recibido con suma frialdad por Vladimir Putin. El premier ruso dijo que con Donald Trump había bajado el nivel de las relaciones entre los dos países y aumentado la desconfianza desde el punto de vista militar. La escalada guerrerista subió en Europa varios escalones. Y otros más subió en Medio Oriente. El intercambio fue ríspido. “Queremos que nos vean como alguien que reacciona cuando atacan a un amigo” dijo Tillerson. “Responderemos con fuerza si se produce otro ataque en Siria” contestaron los estados mayores de Irán y Rusia. La detonación de la Madre de todas las bombas en Afganistán con su terrible capacidad de destrucción fue un mensaje a Irán y los rusos. Y también a China.
En la semana pasada, el presidente chino Xi Jinping se reunió en Florida con Donald Trump. Corea del Norte aprovechó para hacerse sentir y realizó una prueba de misiles cuyo alcance sigue siendo limitado. Donald Trump dijo que las negociaciones con China eran “frustrantes” y anunció que Estados Unidos resolverá el conflicto sin contar con los chinos. El miércoles envió al portaaviones nuclear Carl Vinson, dos destructores y un crucero con misiles guiados a la zona de la península de Corea, con lo cual volvió a desequilibrar el esquema de paz en el área. Para China y Corea, esa flota norteamericana implica una situación bélica de hecho. China mantuvo silencio, pero toma medidas preventivas. La escalada también subió varios peldaños en Asia.
En América Latina, los gobiernos populares habían evitado ser arrastrados por la crisis mundial cuyo origen se remonta al año 2008. Pero su reflujo le generó un escenario de vulnerabilidad. Estados Unidos duplicó la presión sobre Venezuela a través de la OEA y trata de generar un escenario de golpe de algún tipo en la República Bolivariana que pudo sortear la encerrona con la que quisieron llevarla a un abandono anticipado del poder. Es posible que la nueva administración Trump no deseche la idea de una intervención directa más o menos disfrazada con el escudo de la OEA. Washington tiene advertencias pero no ya no propone soluciones económicas, ni siquiera para los gobiernos aliados que perdieron el sueño de la Alianza Transpacífico. La prioridad del gobierno norteamericano no está en las propuestas económicas que siempre tentaron a los gobiernos de la región, pero perjudicaron a los latinoamericanos. La prioridad en América Latina está en el derrocamiento del gobierno venezolano.
La noticia de Estados Unidos en plan de negocios, tratados y acuerdos fue desplazada por un país que vende seguridad, al estilo de las viejas políticas de mafiosos de Chicago, como si fuera sustituyendo la expansión económica con presencia militar aún a riesgo de guerra a gran escala. Busca revitalizar su economía interna sin perder influencia internacional. Se trata de una economía en crisis pero con sus principales corporaciones trasnacionales florecientes. La desigualdad se instaló también dentro de sus fronteras y se fagocitó gran parte de la capacidad que en su momento describió el viejo Lenin de exportar sus contradicciones hacia las economías dependientes. La voracidad del neoliberalismo arrasa con reglas de juego y con cualquier racionalidad que se superponga a la lógica de la ganancia máxima, rápida, directa y sin riesgo. Una lógica que implica gran concentración por un lado, al mismo tiempo que gran desigualdad y destrucción; porque en esa lógica, los ricos se favorecen con la destrucción de la economía. La idea de “lo social” como receptora de las políticas económicas no forma parte de su bagaje. Están convencidos de que el motor de la economía es “su beneficio personal” y que cualquier otra consideración es aleatoria.
Esa lógica que lleva a una espiral de caos y violencia, está expresada en Argentina con un cuadro parecido: una economía en retracción permanente como lo han mostrado los índices que hizo públicos el Indec esta semana, con muy alta inflación que no cede, muy altas tasas de interés y muy alto déficit fiscal, pero con grandes corporaciones representadas en el gobierno, haciendo florecientes negocios farmacéuticos, aeronáuticos, energéticos, de obra pública y demás. Una economía que se hunde, al tiempo que profundiza al máximo la brecha entre ricos y pobres, lo cual va generando escenarios de protestas que son reprimidas en forma violenta. El documento de la Iglesia lo describió con bastante claridad: es un gobierno que aumenta la división sin dar soluciones. Desde el punto de vista del gobierno, la Iglesia se equivoca: la solución radica en la represión. Allí está la solución del conflicto. Entonces endurece la mano dura. No ha sobresalido en educación, salud ni en contención social, pero en cambio el gobierno hizo alarde del gasto en seguridad y de su decisión de reprimir el conflicto social con sobreactuación y fuerza sobredimensionada, como hizo con los maestros el domingo pasado. De alguna manera, Argentina es un reflejo del mundo, la desaparición de la paritaria nacional docente implica la fragmentación de la educación en 24 partes y la consecuente destrucción de lo público como herramienta de igualación de oportunidades, para despejar el camino a la educación como negocio. La Iglesia critica que se profundizó la división, pero para este gobierno aumentar la división no es un problema sino una virtud de la nueva sociedad que se plantea compartimentada y discriminada entre caceroleros biempensantes y simiescos choripaneros, como la describió muy gráficamente Mauricio Macri.
Fuente: Pagina 12