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Los Quilmes podrán enterrar los huesos de dos de sus ancestros

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En agosto la comunidad originaria recibirá los restos que serán restituidos por el museo arqueológico de San Pedro de Colalao


Foto Ampliada
DOÑA IRMA GUANCA. Una mujer “guapa”: teje en telar, hace dulces y canta bagualas y coplas.


La Comunidad India Quilmes conserva sus costumbres ancestrales

El museo de San Pedro de Colalao restituyó a la Comunidad de Quilmes los restos de sus antepasados

Antes, ser indio daba vergüenza. Dice Sergio Condorí que su abuela le contaba que cuando ella era chica, su maestra hacía entrar a los alumnos descalzos al aula. Todas las ushutas quedaban en la puerta. Ella no quería ver nada de indio en su clase.

Como su nombre lo dice en lengua originaria (el cacán) los quilmes viven “entre cerros”, al oeste de la provincia, después de Amaicha del Valle, a 13 kilómetros por la ruta 40. Aunque llegaron a ser más de 10.000 almas, sólo en “la ciudad sagrada” o “Ruinas de Quilmes”, hoy llegan a ser unos 3.700, según calcula el caciqueFrancisco Chaile, de la Comunidad India Quilmes. Como pueblo, forman parte de la nación diaguita, junto con amaichas, colalaos, tafíes, caspinchangos, yocaviles, cafayates y otros.

En Quilmes el viento es seco, y enseguida comienza a tironear la piel. El suelo, polvoriento, está sembrado de cactus que se yerguen como dueños y señores en todo el territorio. A la orilla de los caminos es común ver apachetas, que son pequeñas ofrendas que dejan los caminantes a la Madre Tierra o Pachamama. 

En El Paso, frente a la casa de la comunidad, fundada en 1990, está el hogar de doña Irma Guanca. Ella sigue sus tradiciones como una eterna letanía, sin alterar nada de lo que le enseñaron sus padres hace 70 años. Teje en telar, hila a mano la lana de oveja y de llama, y se ocupa de los animales y de la chacra. 

Por estos días, la calma de los quilmes está perturbada por varios hechos extraordinarios. Este mes se cumplieron 300 años de la cédula real española de 1716 que reconocía a los quilmes y a los amaichas la propiedad de los territorios en los que vivían. Aunque hoy todavía luchan por la posesión legal de esas tierras.

“Muchos creían que los quilmes habían sido exterminados, sobre todo cuando se los llevaron por la fuerza a Buenos Aires en 1666. Los iban arreando de a pie. Si bien muchos murieron en el camino, otros escaparon en la tempestad de la noche y formaron familia en los lugares donde quedaron. De las mil familias que habían salido de aquí llegaron unas 200 a Buenos Aires”, cuenta Chaile, hombre de rasgos curtidos y cultor de ritos ancestrales .

En el terreno de don Chaile, hay un monolito de piedra en honor a la Pachamama. El dueño de casa le rinde culto en cada amanecer. “El hombre y la naturaleza es una sola. Cuando uno viaja se encomienda a la Pachamama. Se baja del caballo, se saca el sombrero y le rinde un tributo a la Pacha. Puede ser una piedrita que uno a ido abrigando con el calor de la mano a lo largo del camino, mientras se concentra en todas las cosas que le quiere pedir a la Pachamama. Ahí, en esa piedrita uno pone la fe y la deja en la tierra, es la apacheta”, explica.

Es por esta profunda religiosidad, que el pueblo de Quilmes pidió, por imperio de la ley 25.517, la restitución de los restos óseos de sus ancestros que estaban en el Museo “Doctor Manuel García Salemi” de San Pedro de Colalao, antes llamado Museo de Hualinchay. El sábado se firmó el acuerdo de entrega de esos restos, en una gran celebración. Los huesos de dos antepasados serán enterrados en Quilmes, en agosto, en honor a la Pachamama, en el mismo lugar donde se encontró un algarrobo labrado (conocido como “palo escrito”) que daba cuenta de la posesión territorial entregada al cacique Diego Utivaitina. Según las investigaciones ése es el lugar donde se entregó la cédula real a los quilmes. De visita en la casa Chaile está Matías Condorí, delegado de base de El Pichao, de la comunidad de Quilmes. “Mi abuelo solía decir: nos han quitado la lengua (el cacán) pero no nos van a cortar las raíces’. Es más, los quilmes estamos volviendo y con más fuerza”.

El pueblo Diaguita.- “La existencia del pueblo Diaguita data de más de 9.000 años de antigüedad. Desde esa época se desarrolló una riquísima cultura basada en el trabajo de la tierra, la creación de complejos sistemas de irrigación y cultivos complementada con avanzados conocimientos sobre la astrología, la medicina y sobre todo el arte. Este proceso cultural estaba en pleno desarrollo cuando en 1534 los primeros invasores españoles llegaron a nuestros territorios”, señala la doctora María Eugenia Zurita, presidente de la Asociación Amigos del Museo de San Pedro de Colalao. 

Resistencia de 130 años.- Los diaguitas tuvieron que emprender una resistencia al sistemático genocidio. Las guerras calchaquíes duraron 130 años. Los quilmes fueron el último pueblo que lograron dominar los españoles. “Cuando el español ya tenía cercadas a las mujeres ellas se mataban y mataban también a sus hijos para que no sean esclavos”, cuenta Francisco Chaile.

LA ESCLAVITUD.- Luego de las guerras vinieron los destierros y la esclavitud. El caso más conocido de este destierro es el de los Quilmes que por un acuerdo entre el gobernador de Tucumán de esa época Mercado Villacorta, y el presidente de la Real Audiencia de Buenos Aires, José Martínez de Salazar, son enviados a Buenos Aires.

Títulos falsos.- “Durante 1800 terratenientes de Salta avanzaron sobre las tierra de los Quilmes y Amaicha, y lograron arrebatar las tierras a estos pobladores. Cuando se creó el Registro de la Propiedad de Tucumán en 1892 las tierras de los quilmes fueron inscriptas a nombre de los usurpadores y aparecieron así los primeros títulos falsos. Los quilmes fueron obligados a pagar si querían permanecer en la tierra”, dice Zurita.

Quedan vestigios de quechua y cacán

El idioma original de los Quilmes era el cacán, pero después llega el quechua, el idioma del imperio inca. “El inca trae el quechua para poder comercializar”, explica Francisco Chaile, cacique de la Comunidad India Quilmes.

En el habla cotidiana de los Quilmes se cuelan términos en quechua y cacán (o cacano) todo el tiempo. “Todas las palabras que terminan en ao, como pichao, colalao, julipao ... pertenecen al idioma cacán”, explica Matías Condorí, de El Pichao.

“Yacu quiere decir agua y cuchi sucio. Cuchi yacu es agua sucia, turbia. También se aplica a las personas, el Cuchi González, por ejemplo, no por chancho sino por sucio”, dice con una sonrisa pícara. “Charco es una palabra quichua, lo mismo que chirle, que significa elástico, y chuyo, casi líquido. Chipao, es subirse, treparse y cutichío significa que está pegado o que se pega. Así podemos decir el animal está chipao en el árbol. Mishmir, se refiere al hilo, cuando se los tuerce con los dedos como si fuera una soguita para hacer lana”, dice.

Gracias a la Ley Nacional de Educación las lenguas originarias pueden estudiarse en las escuelas. “El problema es que los profesores que no son de la zona no saben el idioma ni nuestras costumbres. Pero por suerte cada vez tenemos más hijos de nuestra comunidad recibidos de maestros que pueden hacer que no se pierdan nuestras costumbres”, se consuela Chaile.

"No seré linda pero soy guapa"

No tiene descanso ni lo quiere tener. Irma Guanco se sienta todos los días frente a su viejo telar de madera, mientras sube y baja los peines con lanas de oveja y de llama, que ella misma hila con el huso, a mano. Hace mantas con figuras incaicas y alfombras, que después vende o cambia a algún vecino por algo que necesita para su casa. En la batea de madera, sobre el piso, hay varios ovillos o guakenchos, como se dice en cacán, esperando convertirse en piezas suaves y abrigadas.

A un costado de su casa, doña Irma acumula cayotes del tamaño de una sandía grande para hacer dulce. También hace dulce de membrillo y de manzana, y ordeña las vacas y las ovejas. Al atardecer le gusta tomar su tamboril para cantarle coplas a la Pachamama. “Me voy, pal’ Mollar. Tengo un negrito y lo va llevar ...” “No será linda, pero soy guapa”, dice con picardía.

Irma tiene cinco hijos, una de ellas es abogada y vive en Buenos Aires (“cerca del obelisco”, dice). Otra es docente de Matemáticas. Pero ella no piensa irse de Quilmes por nada del mundo. “Aquí tengo mis recuerdos y mi paisaje”. Cuenta que hace 20 años un día se despertó soñando que tenía que hacer algo importante porque “Quilmes era el único lugar que no tenía festival”. Así nació el Festival del Quirchincho, que se hace en las vacaciones de julio, y que permite armar un fondo común para las necesidades del pueblo.

Fuente: La Gaceta

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